“Cómo me llamo? Para hablar de esto, Carlos”. Así se presenta una de las cinco personas que habitan el Centro Social “La Traba”, un garaje de autobuses abandonado en el distrito de Legazpi. Ahora, este edificio se tiñe de símbolos reivindicativos, antifascistas, de carteles que recuerdan la muerte del joven asesinado en el metro de Madrid hace un año. Sus escaleras y rincones no muestran signo alguno de suntuosidad, sino que destilan ideología, izquierdismo, forma de vida y, sobre todo, una fuerte actividad cultural. Todos los que forman esta comunidad saben que, en cualquier momento, tendrán que abandonar el local y buscar otro refugio donde poder desarrollar sus ideas y es que, “La Traba” no es un centro social común y corriente, es una casa “okupa”.
Los habitantes de estas casas abandonadas rechazan la denominación de “okupas” ya que “parece que nos están excluyendo de la sociedad, apartándonos de la gente normal”. No se sienten arropados por los medios de comunicación ni mucho menos por los partidos políticos. A menudo, el desconocimiento y los prejuicios los han convertido en el banco de acusaciones tales como drogadictos, vagos y sucios. Preguntamos a unos barrenderos si saben lo que hacen estos grupos: “No, no no, yo no sé lo que es eso, ni quiero saberlo, gracias”. No obstante, el trabajo diario desarrollado en los centros y las actividades que organizan acaban con esta visión negativa del okupa. Los vecinos más próximos no los ven como jóvenes despreocupados por su entorno o problemáticos; son, en general, personas dispuestas a colaborar en cualquier causa social que estimen justa, que defienden los barrios y luchan por sus ideales con todos los recursos que puedan conseguir.
El respaldo social, apoyo y simpatía del que gozan muchos centros quedó demostrado con la Marcha Rosa, una manifestación en defensa del Centro Social Seco, que pintó de ese color el barrio madrileño de Las adelfas. La casa se encuentra dentro de una zona afectada por los Planes de Reforma Interiores y es muy probable que, a pesar de poseer la autorización del dueño del inmueble para habitarla, sea desocupada en el próximo plan, según cuenta uno de sus habitantes. A pesar de todo, actualmente “Seco” se compone de nueve colectivos, aunque siempre existe la posibilidad de ampliar este número en función a las propuestas hechas por cualquier ciudadano con interés en formar parte del centro. En él participan la Asociación de Vecinos “Los pinos de Retiro Sur”, “Barrio-612”, “Bengala-Asociación Cultural, “Kaslab” (laboratorio informático del centro), “Nodo Retiro de RCADE” (Red Ciudadana por la Abolición de la Deuda Externa), etc. Entre estas organizaciones destaca “COVIJO” por ser una cooperativa que reivindica la construcción de viviendas en régimen de alquiler para jóvenes sin obligatoriedad de compra.
EL ARTE POR EL ARTE
La cultura es uno de los ejes sobre los que giran las actividades de las casas “okupas”, actividades que también les suponen una fuente de ingresos para seguir financiando su actuación. Con conciertos, exposiciones, pases de vídeo, conferencias y un largo etcétera, muchos centros se benefician económicamente sin pedir una cifra establecida: “sólo pedimos la voluntad. Sería ilegal cobrar la entrada”. El Festival de Cine Social “Las Californias”, cuya primera edición tuvo lugar en 2002, invita a todo aquél que así lo desee, a reivindicar una cultura que escape de las limitaciones impuestas por una sociedad capitalista, que otorgue un valor mayor a la persona que al dinero. Supone un foro de encuentro entre nuevos creadores que huyen del encasillamiento y de la comercialización. Podríamos decir que la base de esta iniciativa es la idea del “arte por el arte”, como dice uno de los integrantes del “Centro de Medios del Palacio Social Okupado Malaya“.
El Patio Maravillas (Acuerdo, 8) es uno de los centros más celebres de la capital. En él, se organizan desde conferencias y programas de apoyo a los más desfavorecidos, hasta clases de español para inmigrantes. Este antiguo colegio reúne cada fin de semana a un gran número de personas que debaten en su patio, trasladan dudas a su ponente o paran en la cafetería, fuente principal de ingresos del centro. Desde el jueves 30, se viene celebrando el “1.5 aniversario” de la ocupación del colegio y se desarrollan actividades especiales entre las que se incluyen encuentros con vecinos, catas de vinos, muestras de teatro, noches flamencas e incluso un pasacalles que arranca en Plaza de España el sábado 1 de noviembre. Sin embargo, el Patio no sólo se realiza tareas en fechas señaladas, cada día podemos encontrar algo nuevo si nos acercamos a sus instalaciones. Un taller de bicis, un mercadillo donde se intercambia ropa, creación colectiva de reportajes fotográficos y un sin fin de propuestas que hacen las delicias de vecinos y no vecinos.
Estas casas están, de algún modo, integradas en la sociedad de la capital como cualquier otra organización. Sus tareas son bien recibidas y los vecinos no suelen desconfiar ni de los okupas ni de la gente que participa en el crecimiento del centro. No obstante, ésta no es la realidad de muchos otros que, por llevar menos tiempo en un inmueble, o por su alto grado de radicalización, son bastante menos frecuentados, a pesar de poseer una oferta similar de actividades.
Si entramos en la cafetería del Patio Maravillas y nadie nos dice que nos encontramos en una casa “okupa”, no se pasaría por la cabeza de nadie pensarlo: parece un bar de barrio más, de poca monta, sí, pero perfectamente organizado, con camareros y listas de precios. Sin embargo, si alguien conoce la cafetería del Palacio Social Okupado Malaya, comprenderá que el panorama es bien distinto. Para acceder, hemos de entrar por la puerta del edificio, en obras aún y sin un suelo firme sobre el que caminar. Una vieja puerta nos hace pasar a una habitación con una barra, una cafetera eléctrica doméstica, un frigorífico y algunas mesas desperdigadas. La Malaya no sirve Coca-Cola. Es muy probable que uno se sienta fuera de lugar si acude al centro y no conoce a nadie. El ambiente es más íntimo, más casero. Aquí no hay lista de precios, cada consumición cuesta “la voluntad”. Además, la cafetería es cedida a grupos de personas que la soliciten para dar fiestas y recaudar fondos (siempre con un fin social) a cambio de un 50% de los beneficios.
El olor a humedad de “La Malaya” hace darse cuenta de la antigüedad del edificio, Este viejo palacete situado en la calle Atocha es propiedad de Pedro Román, unos de los imputados por la trama de corrupción urbanística en Marbella: la “operación Malaya”. La okupación dio comienzo a principios de octubre de este año. Es notable el poco tiempo que lleva habitado respecto a los otros pero, a la vez, resulta fascinante el trabajo hecho en menos de un mes. El palacio cuenta con aulas de teatro, exposiciones (actualmente podemos encontrar una sobre la tortura a los presos políticos en Euskadi) ciclos de cine independiente, conferencias sobre la okupación en la ciudad…Además, posee un aula de baile y un laboratorio fotográfico. “La Malaya” es, a su vez, la sede de un grupo de acción política de izquierdas.
En su empeño por defender la cultura, el centro pretende crear un sello de producción propio (Autoproducciones el Zulo. Porque nunca la SGAE lo tuvo tan negro) para dar a conocer nuevos artistas fuera del ámbito de la música comercial.
Entramos en “La Traba”. Su actividad en la casa se inició hace un año y medio y, desde entonces, no han parado de trabajar. Los carteles que cubren las paredes y colorean cada hueco dan fe de una ideología de extrema izquierda, aunque con una clara “intención pacifista”, según apuntó Carlos. A pesar de estas intenciones, toda esta realidad se encuentra en contraposición con otros grupos extremistas, en este caso, con los grupos de extrema derecha o “neonazis”, protagonistas de los últimos ataques a los que se vio sometida “La Traba” el último verano. “Intentaron tirar la puerta a patadas y quemar la entrada. Tuvimos que salir fuera porque la casa de se llenó de un gas insoportable”.
El colectivo del centro social se divide en diferentes secciones. En la cúpula, encontramos 15 personas que componen una asamblea: son los encargados de organizar los cursos que se ofertan en el recinto, desde la fotografía hasta el teatro, pasando por diversas actuaciones sociales que contribuyen a la mejora del barrio. “El ayuntamiento tiene este distrito casi olvidado. Hay muy pocos colegios y guarderías y las infraestructuras dejan mucho que desear”. De esta forma, sus talleres y clases ofrecen una educación y un punto de encuentro alternativo para la gente del barrio, sobre todo para los jóvenes.
En una de las habitaciones, encontramos un grupo que ensaya malabarismos y excéntricas puestas en escena. Son los llamados “payasos antimilitaristas” o “payasos insurgentes”. Su misión es ridiculizar a los altos cargos del gobierno y del colectivo militar en cualquier manifestación de corte izquierdista, siempre bajo una posición artística y crítica.
A través de una de las ventanas, pueden verse varias manos oscuras, translúcidas que toquetean y manipulan negativos y cámaras fotográficas. Aquí se ocupan de montar y estructurar todo el material recogido, tanto en la calle, como dentro del propio centro.
Llama la atención el poderío del edificio: una terraza con barbacoa, un garaje inmenso con un grandioso escenario, muebles, agua, luz, Internet… “Todo esto lo hemos conseguido gracias a las actividades que ofrecemos y, sobre todo al respaldo de los vecinos” Además de esto, cultivan sus propios alimentos, verduras y vegetales ecológicos que posteriormente venden.
“Okupas”. La connotación negativa de esta palabra embarga a la opinión pública. Su ambiguo significado empaña el esfuerzo realizado en cada local, en cada conferencia, en cada ciclo de cine. “Parece que la sociedad se niega a aceptar cualquier práctica que se aleje del interés económico”. La reivindicación de ideas, la participación activa, colectiva, nunca estuvo tan cerca del ciudadano, aunque éste todavía prefiera quedarse en el sofá, pasivo, mientras ve una película un domingo por la tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario