viernes, 28 de noviembre de 2008

Farewell

Desde el fondo de ti, y arrodillado,
un niño triste como yo, nos mira.

Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.

Por esas manos, hijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.

Por sus ojos abiertos en la tierra
veré en los tuyos lágrimas un día.

Yo no lo quiero, Amada.

Para que nada nos amarre
que no nos una nada.

Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron tus palabras.

Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana.

Amo el amor de los marineros
que besan y se van.

Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.

En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.

(Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.)

Amo el amor que se reparte
en besos, lecho y pan.

Amor que puede ser eterno
y puede ser fugaz.

Amor que quiere libertarse
para volver a amar.

Amor divinizado que se acerca
Amor divinizado que se va.

Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,
ya no se endulzará junto a ti mi dolor.

Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada
y hacia donde camines llevarás mi dolor.

Fui tuyo, fuiste mía. ¿Qué más? Juntos hicimos
un recodo en la ruta donde el amor pasó.

Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame,
del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.

Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.

...Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una noche me moriría dentro de ti,
hay tanto que el universo lloró contigo,
nació y pataleó y a cualquier ión, tierra y luna
los cercó en un atril despavorido
e inquieto encerrándolos en tu cuerpo.
Tú me hiciste el universo y su aliento inauguró,
haciendo esperar,
los surcos que cubren,… Que me cubren
como una gota de sudor que acaricia.

El vaquero te había atrapado la cintura. En esa época
era joven, era otro:
soñaba con despertar en un poema propio
o plagiado a un muerto; pero si te hubiera escurrido
ese botón con los dedos gloriosos
-que podrían exponer en urnas de cadmio-
nada ya me hubiera importado.

Las palabras creaban el universo como trenes
de día en estación, no sé
si es jueves,
viernes,
si es el séptimo día, si queda
algún ión que descubrir en el vacío
repleto de tus palabras.

Por eso me destrozaría en tu interior,
destrozaría los iones, el agua, los minutos,
las uñas, las trenzas, los agujeros,
las canas, los perros negros y gordos,
los alfileres, el desparpajo de ingeniería aeronáutica
en las fiestas de inventos aztecas;
las pantallas cromosómicas, la sociedad de masas,
el despliegue de un enlace covalente, las filipinas
curvadas que coloreó un francés, los monstruos
en el Tíbet y el cine
según Truffaut; y los golpes y los labios
y el rezume de una hoja,
las velas trasnochadas y las noches en vela;
los mandos a distancia que se pierden cerca.

Destrozaría las rimas tramposas,
los tramposos juegos de palabras inquietas
bailando con orgullo de varón caucásico
o mujer pelirroja que se cree varón.

Destrozaría homenajes y trueques,
prostitutas y damas y damos
y modas, domas, yeguas, caballos,
gatos persas abandonados en un establo.

Me miraría en un diamante
que reflejara el todo tuyo
y el universo colindante a la nada que hay detrás.

No, no lo destrozaría, miento,
pero desearía que desapareciese,
que solo quedase un segundo:
mi muerte dentro de ti,
mi vida eterna en tu mundo.

Alberto Guirao Alcón