viernes, 16 de mayo de 2008

La abuela vengadora

Es verdad que nuestro subconsciente es como una máquina de almacenamiento de la que sólo vemos el botón de encender, y a veces ni eso.
La tensión acumulada durante toda la semana, invertida en cosas varias ha desembocado en un estado de ensoñación permanente.
Sueños que me ayudan a meterme en personajes que nunca seré, sueños raros, sin sentido, o incluso cinematográficos.

No sé cuánto cené ni si fumé algo ilegal, pero anoche mezclé una película de culto con otra que ni culto ni nada: la naranja mecánica y Saw (tengo todos los derechos reservados sobre mi sueño). Tras la historia que se montó en mi cabeza el día en que hice que a MJ le disparara un francotirador desde el patio y su posterior entierro, al módico precio de 3 euros no había pasado por mi cama un historia tan…¿rara?.

La parida empieza cuando yo regreso a casa tras un (merecido) viaje. En cuanto llego a la misma, que sospechosamente no se parece en nada a la mía y parece no importarme, me encuentro con una escalera-supuestamente hecha de un material que ni el mismísimo oro- llena de charcos de un líquido verde y, consecuentemente, pregunto. Mi madre empieza a contarme la historia. Deduzco que en el sueño vivía con mis abuelos y con casi toda mi familia en la casa de la escalera de ¿oro?. En su explicación empiezan las referencias a Kubrick: la noche anterior, un grupo de jóvenes entró en casa, robó, destrozó y no sé si apaleó todo lo que se interponía a su paso.

Mi abuela, que en mi sueño parece una sádica, está ávida de venganza. Una abuela (que en realidad no tenía la cara de mi abuela, no sé de dónde la saqué) que, al parecer, se había tragado enteras las cuatro películas de Saw, por lo menos ochenta veces. En la escena final, aparece una habitación oscura, con una pantalla y todos los "malos" dispuestos a ser castigados por esta vengadora de la muerte. Sospechosamente, entre los acusados aparecía mi compañera de piso, la normal no, la otra.

Me piden que vigile una de las puertas para que no escape nadie, y lo que viene después no puedo recordarlo porque desperté. Sólo podía oír gritos.

Si algún psicoanalista me cogiera haría maravillas con esto. Todo es resultado, como dije antes, del agobio y la presión. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.