Para cuando él decidió contármelo yo ya sabía demasiado. Siempre quedan flecos esparcidos por el suelo cuando juegas con cosas de esta envergadura y no estaba dispuesta a recogerlos. Todo aquello ya no nos producía el sabor que tienen las cosas bien hechas...el tiempo avanza asesinando cada momento ingenuo. Pero el resquicio de esperanza que quedaba en un rinconcillo de mi corazón era el que se encargaba de volver a colocarme una (es)tupida venda.
"No sé cómo decirle”. Sigue empeñado en repetir uno a uno cada “te quiero”, y cada beso sabe más amargo que el anterior. Palabras vacías, diecisiete de tantas que pasaron sin pena ni gloria por mi cama. Almas desgarradas agarradas a la soledad, la libertad, la esperanza. La paciencia finita.
Se levanta de la silla y se va, algunos instantes sólo pertenecen a uno. En algunos instantes sobra una respiración, sobra otra boca. Nadie tiene derecho a pedirte aliento, a pedirte más palabras.
Como bien se encargaron de decir, sé siempre dueño de tu silencio, pero no esclavo de tus palabras. Con todo, hay veces que debemos demasiado por nuestros silencios.
lunes, 29 de diciembre de 2008
viernes, 5 de diciembre de 2008
Chico conoce chica
Estaba allí, de pie, mirándola.
Sólo el acelerado temblor de un corazón podrido (de latir) removía, aún, sus vísceras. Cada gesto fue seguido minuciosamente desde las improvisadas bambalinas de la puerta. Su trabajo sí se lo toma en serio.
Para cuando ella se diera cuenta habría sido, ya, demasiado tarde. Es verdad que aquel ruido seco la desconcertó ¡cómo imaginar que la cortina de jabón tupida sobre sus húmedos ojos le impedía ver a su futuro asesino! Segundos después el hombre abrió fuego. Los azulejos, azules, chorraban bañados en rojo. El mismo rojo de la sangre cuando aún está caliente.
El baño seguía oliendo a jabón.
Sólo el acelerado temblor de un corazón podrido (de latir) removía, aún, sus vísceras. Cada gesto fue seguido minuciosamente desde las improvisadas bambalinas de la puerta. Su trabajo sí se lo toma en serio.
Para cuando ella se diera cuenta habría sido, ya, demasiado tarde. Es verdad que aquel ruido seco la desconcertó ¡cómo imaginar que la cortina de jabón tupida sobre sus húmedos ojos le impedía ver a su futuro asesino! Segundos después el hombre abrió fuego. Los azulejos, azules, chorraban bañados en rojo. El mismo rojo de la sangre cuando aún está caliente.
El baño seguía oliendo a jabón.
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